Cae el sol y acechan los delincuentes que atacan a la menor distracción de trabajadores y estudiantes que solo esperan llegar a su casa para descansar.
La Avenida Santa Fe, muy a pesar de los miles de ciudadanos que la transitan día a día, se ha transformado en tierra de nadie, o más bien propiedad de los delincuentes. Fui víctima en una ocasión y por enésima vez me toca atestiguarlo. Un grupo de ladrones roba en los colectivos y se da a la fuga ante la sorpresa de más de una decena de pasajeros.
La modalidad no es un robo del siglo ni requiere de una gran inteligencia, solo cuenta con la gran alianza de la inocencia del buen ciudadano. Cuesta mucho pensar como delincuente cuando se madruga cada mañana para ir a trabajar o estudiar, ya que la cabeza se ocupa de cumplir con su tarea para poder estar mejor el día de mañana, no de perjudicar a otros para beneficiarse.
Se quedarán con todo, generalmente teléfonos celulares que luego venden en el mercado negro. Ese es su «trabajo»: arruinarnos el día, la semana o el mes, para que después nos encontremos con que hará falta más de un sueldo para poder comprar un nuevo teléfono que, si Dios quiere, podremos disfrutar mientras ellos nos dejen.
El método de estos delincuentes es simple: sube un grupo de hombres que parecen desconocidos y se ubican en distintos lugares del colectivo. En los asientos del fondo, dos o tres comandan el robo, mientras van moviendo sus piezas para poner en jaque a todo aquel que se encuentre distraído. Los ladrones se van cambiando de lugar, se ubican frente a sus víctimas o junto a ellos y, cuando menos se espera, bajan todos juntos en alguna parada aleatoria perdiéndose entre la gente.
La obra, igual, tiene un remate que completa el mediocre robo de estos delincuentes a simples trabajadores que solo esperan llegar a su casa. Al final de los arrebatos, un par bloquea las puertas y luego bajan haciéndose los preocupados, pero su fin no es más que bloquear la bajada de las víctimas para dar lugar a la huida de los malhechores. Huida que no es tal, ya que se detienen a metros de la unidad entre la multitud que transita la Avenida Santa Fe y esperan a sus víctimas que buscan desesperadas a sus victimarios para decirles que corrieron en tal o cual dirección, pero en realidad son ellos.
No es azarosa la elección de la Avenida Santa Fe, en razón de que es una de las que mayor tránsito de colectivos tiene en la ciudad, acompañada de una enorme cantidad de peatones. Las líneas 39, 59, 68, 111 o 152, por nombrar algunas, serán los convoyes de víctimas perfectos para esta gente que espera la más mínima desatención.
Una Argentina atravesada por el «nosotros y ellos»
La «tierra de nadie» no invita más que a pensar en los trabajos del filósofo inglés Thomas Hobbes y su idea de la «guerra universal», donde el hombre, ante la falta de autoridad responde al «estado de naturaleza». El mismo Hobbes plantea que ese escenario es tan dañino que el hombre no puede evitar la gestión de un «contrato social» para salir de esa violencia permanente, pero lejos parece encontrarse esa posibilidad entre los trabajadores y los delincuentes.
Más bien, lejos del contractualismo, parece aplicar mejor la teoría del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que plantea la idea del «nosotros y ellos». Una sociedad quebrada por enfrentamientos permanentes, donde el hombre elige ubicarse en un sector, como si de un «River-Boca» se tratara. Así, quedamos los honestos frente a los delincuentes, aunque posiblemente, para ellos seamos simplemente unos «giles» que fuimos designados, vaya a saber por qué, ser proveedores gratuitos de teléfonos, dinero, computadoras o cualquier bien que poseamos.
Vale también preguntarse si ellos, como víctimas innegables de un sistema fracasado, son más víctimas que nosotros, insertos en el mismo sistema, de aquellos que elegimos esforzarnos.
A pesar de plantear que gran parte de las propuestas de Javier Milei son disparatadas e inviables, vale interpretar que el discurso de «mano dura» que pregona es la gran oferta que seduce a sus votantes. El abandono por parte del Estado, ocupado en situaciones de menor interés popular, hace que muchos radicalicen su voto.
La importancia de denunciar y cómo seguir
El desgano y la costumbre real, aunque inaceptable, hace que muchas víctimas no se acerquen a denunciar porque «igual no lo voy a recuperar». La denuncia, en cambio, puede ser un acto solidario. Será por las denuncias que la Policía podrá construir un mapa del delito y así evitar que otros pasen por la misma y horrible situación.
Vasta con hablar con un oficial para darse cuenta que ninguno de ellos está contento con las «puertas giratorias», pero todos destacan la importancia de denunciar. La bronca la podremos notar en la voz de cualquiera de ellos cuando les preguntemos al respecto, por lo que, los buenos ciudadanos, debemos colaborar con ellos.
Las empresas, por motivos obvios, no pueden decidir quién sube y quién no a un colectivo. Mucho menos el chofer de la unidad, que solo puede atinar a avisarle a los pasajeros que guarden el teléfono para así dejar sin chances a los «amigos de lo ajeno».
Mientras tanto, hasta que esto cambie, quedará la opción de no viajar con el teléfono en las manos. No se podrá escuchar música, hablar por WhatsApp, ver tuits o publicaciones de Instagram quedará en el olvido. Mejor opción será leer un libro, del género que se prefiera, ya que los delincuentes no parecen ver los libros como un elemento valioso.
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