Mendoza: La terminal de ómnibus, un semillero de historias por descubrir

Cada día circulan por allí hasta 75.000 personas. Un murmullo de voces interminable llenan los pasillos de la estación de micros.

Realiza la misma rutina a diario. Se plancha la camisa para que luzca elegante junto a su pantalón de vestir marrón y zapatos a tono. Se peina como un tanguero el pelo hacia atrás. Controla el audífono de sus oídos. Coloca sus documentos y llaves en una riñonera.

Después sale a esperar el micro. Narciso Lescano (75) viaja desde Coquimbito hasta Ciudad, para visitar el lugar que adoptó como pasatiempo tras jubilarse de viñatero: la terminal de ómnibus de Mendoza. Para muchos, el imponente edificio en proceso de remodelación, anclado entre las calles Alberdi, Avenida de Acceso Este, Costanera y Bandera de Los Andes, puede significar solo un sitio de paso de gente anónima. Un espacio en el que infinidad de viajeros van y vienen como piezas intercambiables.

Para otros, es un semillero de historias, una zona con nombres propios y rostros. O como en el caso de Narciso, el punto en donde confluyen los miembros de otro hogar.

Pequeña comunidad

Pasea por los pasillos de la Terminal desde las primeras horas de la tarde y hasta el anochecer. Charla con los choferes, las personas que trabajan en las tiendas, en las cafeterías, en la limpieza de los espacios comunes, o repartiendo maletas. Cada tanto Narciso se sienta a observar a los turistas que improvisan la misma coreografía que descubrió aquella vez, en que se decidió que volvería a diario.

En ese entonces, su mujer ya había fallecido y sus hijos se habían ido de casa. Fue así como conoció a Jimena Gómez (29) la cajera que lo espera con una sonrisa cada vez que llega al local. Ella hace diez años que atiende uno de los sitios más populares de comidas rápidas que hay en la Terminal. “Tengo una hija de 15 años. Cuando iba al jardín entré a trabajar. Ahora va a segundo año de la secundaria”, cuenta mientras toma los pedidos de las mozas Jaquelina Galarce (33) y Cintia Corso (27).

Para Jimena, que pasa muchas horas fuera de casa, ésta también se fue transformando en otra familia. Como la que dejó atrás escapando de Venezuela Hendrich Romero (27) el joven de tez morena que vende repuestos y accesorios de celulares en el Ala Oeste del concurrido lugar. “Trabajo rodeado de una multitud desorientada de gente que va y viene”, señala entre fundas, parlantes y auriculares, en el colorido puesto que atiende.

l muchacho tiene razón. Según la información de la administración de la Estación Terminal Mendoza S.A. ingresan a diario entre 35.000 y hasta 75.000 personas. Una muchedumbre equivalente en los momentos de mayor tránsito, a casi dos estadios Malvinas Argentinas cubiertos. Eso explica el ruidoso murmullo de voces que acompañan como telón de fondo su voz cuando intenta resumir cómo fue que llegó a Mendoza.

“Salí de Venezuela por la crisis. Me vine directamente para acá. El recibimiento fue bastante grato, las personas son muy hermosas. Tuve suerte de conseguir trabajo apenas llegué. Vine a comprar un chip para el teléfono y me ofrecieron este puesto”, recuerda esos primeros días en que todo era extraño y aún no se adaptaba a los códigos y costumbres locales. Hendrich alquila con su novia una pieza a una familia de Godoy Cruz. En Venezuela quedó su madre y un hermano menor.  

El olor a pan recién horneado inunda su puesto. Viene de la panadería de Raúl Navesi (73) que espera a sus clientes con facturas y tortitas recién hechas. Ahí trabaja Gisela Vargas (29). “La terminal es otro mundo, ves gente de todo tipo”, dice derrochando simpatía. “La atención al público hace que conozcas la historia de cada uno de los que vienen”, expresa. Después describe que si bien se siente cómoda con su trabajo le gustaría empezar a estudiar una carrera corta. 

Otro miembros

Hasta la estación de micros llegan personajes tan particulares como Fernando Delpir (35) que hace dos años que viaja por Latinoamérica “buscando un símbolo de paz” como diría Charly García. Mientras vende colgantes y pulseras relata que estuvo en Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile.

“Viajo para adquirir conocimientos e intercambiar experiencias. Disfrutando de diferentes culturas e intentando aprender más sobre las personas, sobre el ser humano y sus comportamientos”. Entre servicios de media y larga distancia la terminal cuenta con una frecuencia de 1.800 ómnibus que son atendidos por tres turnos de 45 maleteros. Pablo Nieva (51) es uno de ellos y trabaja desde hace 9 años en ese puesto. Antes fue celador en un colegio y estuvo en distintas fábricas en San Luis.

“De todos los oficios que he tenido éste es el que más me gusta, porque acá vos trabajas al día”, asegura descargando un viaje del chofer Ariel López (53). El conductor es uno más de los cientos de miembros que manejan la inmensa flota de micros de las 60 plataformas que tiene la terminal. Lleva 27 años en la actividad y confiesa que ya quiere jubilarse para pasar más tiempo con su familia y porque manejar le genera mucho estrés. Estuvo cuatro días viajando para volver de Perú por complicaciones en la ruta. Mientras cuenta sus anécdotas, Eduardo Dengra (44) vende pasajes y cambia plata en una oficina frente a la librería.

La terminal tiene actualmente 140 comercios. Nelson De Silvestri (54) es uno de los vendedores más antiguos. Ofrece accesorios para la mujer desde 1996. Atiende junto a su señora y un hijo de 19 años. Su puesto es la única fuente de trabajo de la familia. Antes tuvo una casa de ropa pero las compras a Chile hicieron que cerrara. Cuenta que fue empleado del ex Banco Mendoza. A pocos metros, por el mismo pasillo, Claudia Mancera (59) atiende la farmacia.

“Hace 45 años que soy farmacéutica y esta es una de las más atípicos sitios en las que me tocó trabajar. La verdad es que lo que menos vendemos son remedios. Vienen a buscar el regalito que se olvidaron, la pasta de dientes o el protector solar.Los que traen receta son los menos”, apunta. Afuera pasa el lampazo Flavia Arenas (40) oriunda de Santa Rosa.

Sergio Demartini (63) vende la última quiniela del día a un apostador que ruega cambiar su suerte jugándose los últimos billetes que le quedan. Taxistas, vendedores ambulantes, personal de seguridad, estudiantes, indigentes, rateros, soñadores, rebeldes y fugitivos, completan el micro universo de personas que por distintos motivos visitan, como Narciso, la principal estación de micros de la provincia.

Cientos de historias que esperan ser descubiertas. ¿Quién sabe? Quizás haya también en Mendoza un Viktor Navorski, el personaje encarnado por Tom Hanks en la película “La Terminal”, y aún no nos hemos enterado.

Guido Privitera, el relojero más antiguo 

Fernando Previtera (53) es el Presidente de la Federación Mendocina de Ajedrez y comparte junto a su padre Guido Previtera (85), la relojería, uno de los puestos clásicos de la Terminal. “Mi padre es el relojero más antiguo en actividad de la provincia.

En todo el Gran Mendoza las relojerías han ido cerrando paulatinamente y nosotros seguimos en pie manteniendo el oficio. Deben quedar solo unas diez abiertas. Nosotros estamos desde los inicios de la terminal”, dice.

Una breve cronología de la terminal

Construida por Luis Menotti Pescarmona en 1972 la Terminal fue desde sus inicios una de las estaciones de micros más modernas y grandes del país. Recuerdan los diarios de la época, que las líneas de servicio de pasajeros de corta y media distancia llegaban y partían desde diferentes puntos del microcentro ocasionando serios problemas de tránsito.Por eso se decidió usar los terrenos de la antigua feria de frutas y verduras de Guaymallén para descomprimir la Ciudad. Hasta 1992 funcionó bajo la administración estatal y dependía del Ministerio de Obras Públicas. Después se privatizó.

Quedó en manos de la cooperativa “Terminal del Sol” hasta el 2012. Al concluir la concesión, el Estado volvió a tomar el control y se formó un fideicomiso hasta 2016. En esa fecha, nuevamente se le habilitó una concesión a una sociedad anónima que tendrá la tarea de administrar por 20 años más y refuncionalizarlo en tres etapas.

La primera remodelación será inaugurada en tres meses y significó una inversión de 260 millones de pesos. Lleva el nombre de ‘Padre Jorge Contreras’.

 

 

Fuente:

Los Andes

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