Hace 30 años el gobierno de Carlos Menem intimó a las empresas de colectivos para que instalen máquinas expendedoras de boletos. El sistema tenía que ponerse en marcha obligatoriamente el 2 de mayo de 1994, pero pocos pudieron cumplir. El nuevo método, que eliminó los viejos boletos cortados por los choferes, duró más de dos décadas y causó enormes trastornos en sus etapas iniciales.
1) La situación
Los colectiveros estaban obligados a cortar los boletos, atender a los pasajeros y dar vuelto. Muchas veces lo hacían al mismo tiempo que manejaban, con la tensión y el riesgo que todo eso significaba. Además, eran responsables de la recaudación, por lo que quedaban expuestos a robos. Por esas razones, principalmente, el gobierno decidió reglamentar la utilización de las máquinas expendedoras que funcionaban con monedas.
2) Los plazos
El gobierno les dio a las empresas de transporte plazo hasta el 1° de mayo para comprar e instalar las máquinas. Pero muy pocas fueron las que pudieron cumplir. A medida que se acercaba el tiempo límite, la situación se volvía más difícil. Las 250 líneas, que contaban en ese momento con 10.460 unidades en funcionamiento, pidieron una prórroga de 180 días, pero se la negaron.
El subsecretario de Transporte, Alberto Corcuera, informó: «No habrá prórroga, así que las empresas deberán definir obligatoriamente si instalan las expendedoras o un sistema alternativo con guardas». A aquellos que no cumplieran con una de las dos opciones, les cabrían severas sanciones, que podían incluir hasta la pérdida de la licencia.
El gobierno, además, instrumentó una línea de crédito de 30 millones de pesos para las empresas que no pudieran afrontar los gastos. Y les prohibió aumentar las tarifas para solventar el costo del nuevo sistema.
3) El rechazo
Algunos empresarios transportistas dijeron que el sistema les impedía controlar bien el ingreso de la gente y que iban a perder en la recaudación. Pero el secretario de Transporte y Obras Públicas Edmundo Soria denunció otros motivos por los que los colectiveros y los transportistas rechazaban las máquinas. «Los choferes quieren seguir cortando boletos porque hace extras con maniobras en los vueltos. Los transportistas no quieren que tengamos un sistema para controlar la recaudación», los acusó.
4) Las denuncias
Luis Drago, gerente de la Cámara de Transporte, explicó que cumplir con la norma iba a ser imposible: «Las autoridades tendrán que diferir el plazo, porque las empresas proveedoras de las máquinas no dan abasto con la entrega e instalación». Pero no fue el único problema. Rodolfo Pasini, el presidente de Automación Aplicada (ASA), una de las empresas que vendían las máquinas, dijo: «El problema es la corrupción privada. Los dirigentes de las cámaras de transportes hicieron sus componendas con las empresas extranjeras y se convirtieron en gerentes. Importan las máquinas al doble del costo de las nacionales». Las boleteras de ASA costaban 3331 pesos. Las BRD, también argentinas, 4300. Pero la mayoría de las empresas eligió adquirirlas en el exterior y eso demoró las entregas. Las firmas involucradas en los negocios fueron Klussendorf, de Alemania (costaban 6000 pesos) e IBM (9000).
A cinco días de cumplirse el plazo se habían comprado 5700 máquinas, pero se habían instalado solamente 250. «Ni Mandrake las va a instalar antes del domingo», dijo Pasini.
5) Los guardas
Como no había manera de estar en regla, se buscó una alternativa que iba a subsistir algunos meses: los guardas. Pero eso significaba un costo extra. El ministerio de Trabajo ordenó que se emplee a aquellas personas que estaban cobrando seguros de desempleos. Luis Drago, gerente de la Cámara de transporte, reclamó: «Lo que piden es inédito e inconcebible. Esta gente no tiene la preparación adecuada para el trabajo y eso incidirá finalmente en la recaudación». Algunas empresas utilizaron a sus inspectores para esas funciones.
6) Las máquinas
Otro de los retos fue acostumbrar a los usuarios a utilizar la máquina. El sistema no era complejo. Sólo había que introducir las monedas en una ranura en la parte superior, esperar que se emitiera el boleto y retirarlo junto con le vuelto en un compartimiento inferior.
Había, también, máquinas con tarjetas con chip y cospeles. Pero la mayor parte instaló las de monedas.Claro que nada es perfecto. Las expendedoras presentaban cinco tipos de problemas:
- Si una persona ingresaba dos monedas juntas, se trababa la máquina.
- Si las monedas estaban gastadas y la lectora no las identificaba correctamente, las rechazaba. En algunos casos caía en el compartimiento inferior, pero en otros quedaba adentro. Los choferes tenían que asistir a los pasajeros. El trámite podía ser engorroso en esos primeros días.
- Los días de lluvia, las monedas húmedas no eran reconocidas por las lectoras.
- La emisión del boleto no siempre era correcta. Muchas veces los rollos de papel se atascaban. Los colectiveros, sin tener un protocolo claro ante esas dificultades, en algunos casos permitían pasar a los pasajeros sin pagar; en otros, dejaban de detenerse en las paradas.
- Por último, los transportistas culparon al gobierno por. las calles. Las lectoras de las máquinas eran muy sensibles. La vibración y los movimientos bruscos descalibraban los sensores y dejaban de funcionar. Un bache, un lomo de burro, una cuneta, un empedrado. Decían que todo iba a afectar a la máquina y ellos no iban a poder cobrar.
7) Las monedas
Cualquier cambio es traumático. Pero en nuestro país muchas veces encontramos formas de llevar las incomodidades a extremos insospechados.
El boleto mínimo costaba 40 centavos en el momento de la instrumentación del nuevo formato. Ante la falta de monedas, algunos choferes se negaron a llevar a la gente. Otros, dejaban viajar a todos gratis.
Las empresas proveyeron de monedas a algunos colectiveros para que ellos cambien el dinero, algo que estaba prohibido, ya que ubicaba a los conductores en una situación idéntica a la anterior. Pero aún así, ocurría. La gente que no tenía monedas, agitaba el brazo mostrando el billete al colectivero, para saber si podía conseguir cambio arriba.
Sin monedas, nadie viajaba. Una persona que llegaba a la ciudad desde el Gran Buenos Aires, y que debía tomar tres colectivos (seis, entre ida y vuelta), necesitaba tener al menos 24 monedas por día. La muerte del boleto le dio continuidad al drama de las monedas.
Para intentar superar el conflicto, algunos bancos improvisaron camiones de traslado de caudales como puestos de canje.
El Banco Central reconoció que el sistema iba a provocar una escasez de monedas. El cálculo fue que en la calle había 1133 monedas en circulación, lo que daba un promedio de 70 monedas por cada habitante activo. Debería ser suficiente, pero. El cambio coincidió con el auge de las máquinas de venta de bebidas y snacks. Las firmas que tenían el control de esas máquinas acopiaban una enorme cantidad de monedas y el proceso de reincorporación a través de los bancos, siempre causaba demoras.
8) Los coleccionistas
¿Había suficientes conflictos? En medio de una situación compleja, hubo una serie de reclamos que pasó casi inadvertida, pero que, aunque parezca un chiste, en algún momento se hizo escuchar. Los coleccionistas. Muchos fanáticos de los boletos capicúa, sintieron que el cambio le daba fin a una tradición y también se mostraron contrariados por la imposición del gobierno.
9) Los aprovechadores
En menos de una semana, aparecieron los oportunistas. Las personas que tenían acceso a una gran cantidad de monedas, ofrecían el cambio. pero lo cobraban. Aunque la maniobra era ilegal, en algunos comercios se ofrecían 9 monedas de 10 centavos a cambio de un peso. El Banco Central aumentó la emisión de dinero en metal para tratar de mejorar la situación. Con el tiempo, la situación se normalizó.
10) El fin de las monedas
Fueron 18 años hasta que en 2012 comenzó a instrumentarse el nuevo sistema SUBE, aunque recién fue obligatorio en 2015. Fue el final de las monedas para viajar. Y el comienzo de otra forma de corrupción. Por las irregularidades en la contratación del servicio en Inglaterra. Y porque aún hoy varios comercios que están habilitados para cargar la tarjeta SUBE, siguen cobrándole un extra a los usuarios pese a que no corresponde. Porque los avances tecnológicos nos imponen modificaciones día a día, pero algunas cosas nunca cambian.
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