La historia de la famosa foto del Flaco Traverso al volante de un Mercedes Benz 1114

A continuación, reproducimos un artículo del medio DiarioAR donde Pablo Vignone, el autor de la famosa foto, cuenta como se realizó esa producción.

IN MEMORIAM

Flaco

Pablo Vignone, uno de los más experimentados periodistas del automovilismo deportivo en Argentina, se despide del gran Juan María Traverso.

El Flaco era tan grande que hasta quienes solo lo vieron correr por TV y nunca en un autódromo lo colmaron de elogios post-mortem. Tenía eso: te hacía creer que éramos amigos de toda la vida. Una vez en que lo llevamos a La Nación para una entrevista, no hace tanto, le dijo a mi superior, abrazándome: “Cuidame a este viejo hijo de puta”. Me llevaba más de una década y media, nunca le gustó que lo hubiera criticado en el papel, pero esa era su manera de hacerme saber que me respetaba.

Si no te tenía respeto, si no te apreciaba, podía hacerte blanco de las más crueles de las bromas: bolacearte a grados increíbles. Es famosa una entrevista televisiva con un animador multitasking. Le tiró el primer bolazo y el conductor se lo festejó; a partir de ahí, lanzó una tras otro, uno más grande que otro, para ver si en algún momento lo detenían, o lo increpaban diciéndole “eso no puede ser cierto”. Jamás.

En otra ocasión le publicaron una declaración según la cual había conducido un Porsche 917, uno de los mejores coches de carrera de todos los tiempos. Impresionante. Solo que el 917 salió de servicio a fines de 1971, cuando él estaba debutando en automovilismo…

Hasta el final siguió contando eso del contrato con Bernie Ecclestone para correr en F-1. Jamás hubo una sola prueba de eso; sus resultados en la F-2 de ese año habían sido discretos, Bernie odiaba hablar con alguien que no supiera conversar en inglés, y era otro el piloto argentino con quien el manager inglés tenía relación y llevó momentáneamente a la F-1

Pero era tan persuasivo, tan convincente su manera de contar las cosas, que hasta el día de hoy se repite esa falacia.

¿Y yo? ¿Me salvé de pasar semejantes papelones? Supongo que al principio, no. Era un principiante, como tantos, dispuestos a creer con ingenuidad. Cuando comencé a seguirlo carrera a carrera en los años 1990, cubriendo el automovilismo argentino para la legendaria revista El Gráfico trabamos una relación profesional de mucho respeto y no fui objeto de burla. En otra ocasión, volando después de una carrera, me vio con un libro –en inglés– de Louis Stanley, que había sido team-manager de una mítica escuadra de F-1, la BRM. “¿Qué es eso?”, me preguntó. Lo conté. Hizo silencio y aprobó moviendo esa cara ovalada e inconfundible, de larga pera, de arriba abajo una sola vez, muy respetuosamente. Una anécdota absolutamente menor, pero de enorme valor para mí entonces.

Coincidimos aquellos años ‘90s, los más exitosos de su campaña deportiva, el pico de su rendimiento. La época en que sus autos tenían cenicero y un recipiente para guardar el atado. El Flaco fumaba en cada pausa en los boxes cuando ensayaba en la semana, nunca en un finde de carreras. En esa época fumaba Parliament, pero tenía a Derby como sponsor. Tenía que mostrar esos atados en las conferencias. Así que lo que hacía era rellenar el paquete de Derby con sus adorados Parliament y entonces, delante de toda la prensa y para las cámaras, sacaba un cigarrillo, lo encendía y lo fumaba. Todos contentos: el sponsor y él mismo.

Al haber seguido su campaña de cerca tanto tiempo, pude pintar un retrato bastante exacto de sus virtudes y debilidades. Unas superaban abrumadoramente a las otras, sin duda. Era un piloto generoso que se sentía muy cómodo con coches sobrevirantes (hacía un culto de doblar con el acelerador antes que con el volante), ponía muy bien a punto sus coches, y aunque no tuviera el mejor lenguaje técnico –pero describía al detalle lo que el auto hacía–, poseía una fantástica sensibilidad (“el coche lo siento con el culo”) y tenía un dominio absoluto de lo que ocurría a bordo: respiraba, analizaba, ejecutaba. La carrera de general Roca 1988 es admirada por los fanáticos como su máximo ejemplo de heroísmo; el Flaco le bajaba el tono y estaba seguro de que tenía en su historia 10 carreras mejore que esa; una semana después de Roca fue a correr el Desafío de los Valientes a Carlos Paz, sobre un circuito de tierra, y le ganó allí, en su terreno, a los especialistas del rally. Ese triunfo lo valoraba tanto o más que haber ganado con la Fuego prendida fuego.

Cuando se estudia la historia del automovilismo argentino –casi 120 años de actividad desde 1906 a la fecha–, millares de carreras y de proezas, queda claro que la mesa divina de sus conductores la integran solo siete comensales, entre asado y cilindradas. El Chueco, Froilán, Lole, Juan, Oscar, Luis y el Flaco. El fanático no necesita más referencias. Son esos. El Flaco era el último que nos quedaba vivo. Alfredo Parga, el maestro de todos nosotros, tuvo la ocasión de tratarlos a todos ellos. Salvo Juan y Oscar, me ocurrió algo parecido. A quien más traté fue, lógicamente, al Flaco.

Fue el último ídolo de masas del automovilismo en la Argentina. En estas horas de pesar, cualquiera que haya visto alguna vez cuatro ruedas juntas le dedicó un tuit, un post en Instagram o un texto en Facebook. Tendencia número 1 en las redes sociales. Y se incluyeron algunas fotos de las cuales puedo contar particulares historias.

Traverso y el bondi

El Flaco en pinta (Oscar Mosteirín)

La produjimos en octubre de 1991. Vino a la revista con buzo y casco, se cambió en el baño, salimos a la calle y caminamos una cuadra por Azopardo desde México hasta Venezuela. Una línea de colectivos –ya no recuerdo cual– salía de allí, y dos o tres unidades estaban detenidas en la esquina. Elegí el que me parecía más pintoresco –en esa época los transportes se decoraban de manera muy personal– pedimos permiso e hicimos el material. La foto salió publicada dos semanas más tarde, cuando se consagró campeón de TC2000.

Continúá leyendo la nota en el link de DiarioAr

Fuente:

DiarioAR

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