Fue un impulso, no lo tenía pensado -dice Diego Crescimbeni-. Y creo que si lo hubiera pensado, no hubiera salido como salió». Se refiere a los inicios dePalfondo, el proyecto por el que este diseñador de 40 años oriundo de Belgrano ya arregló, por su cuenta y de su bolsillo, más de 2000 paradas de colectivo de unas 200 líneas distintas.
¿Cómo? Con carteles autoadhesivos diseñados por él mismo que pega allí donde los originales faltan, están rotos o son ilegibles. Un proyecto a la vez solidario y artístico, que resuelve un problema histórico de la ciudad de Buenos Aires .
La historia de Palfondo comienza con una anécdota. Un día, a mediados de 2016, Diego -o Poni, como le dicen todos- estaba en la puerta de su casa de Olivos, donde vivía entonces, cuando vio que un colectivo 59 no se detuvo ante las señas de una mujer. «Me acerqué y le expliqué a la señora que no paraba ahí sino en la esquina. Y me dijo: ‘No puede ser, si no hay cartel’. Miré y vi que no había, y después caminé todo el recorrido de las calles internas y me di cuenta de que no había paradas o estaban en pésimo estado», recuerda.
Para resolverlo, se le ocurrió diseñar e imprimir unos pocos carteles con el número 59 y pegarlos por el barrio, en los lugares faltantes. La cosa hubiera quedado ahí si no fuera porque el video que subió a las redes sociales contando su pequeño gesto fue compartido varios miles de veces. Entonces, comprendió que el problema era mucho más grande.
«Esas primeras del 59 me dieron el impulso. Hice otras cercanas, como el 152 y el 168 y después fui creciendo: a Belgrano, al Centro, a zona Oeste, ahora hago mucho zona Sur. En el conurbano, las paradas prácticamente no existen», explica. A lo largo de casi tres años a bordo de su bicicleta pegó, uno por uno, más de 2000 carteles para más de 200 líneas diferentes. Así, se ganó el apodo de «diseñador solidario».
Un verdadero trabajo de hormiga realizado principalmente durante su tiempo libre, con un método muy preciso. Primero releva la ubicación de la paradas rotas, ya sea por una observación personal previa o porque alguien le señaló alguna puntual a través de las redes. Y después, cuando tiene una cantidad suficiente, imprime los carteles y sale a pedalear. Sus intervenciones se pueden seguir en Instagram y Facebook.
«Me lleva unas ocho horas y en general lo hago una vez por mes. Dedico todo el sábado porque me encanta andar en bici, comer en un lugar nuevo, conocer mi ciudad. Son todas cosas que me di cuenta que me gustaban a partir de los colectivos».
El regreso del fileteado
Los carteles que pega están personalizados para cada línea, de acuerdo a sus colores y detalles particulares, como la abeja típica de la línea 76 y la rosa del 65.
Son números que fueron dibujados a mano y luego retocados digitalmente y se inspiran en el fileteado porteño, un estilo que durante años decoró los colectivos pero ahora esta en desuso y según Diego «no hay que perder, porque es nuestro arte». Como es daltónico y confunde rojos, verdes y marrones, cada vez que diseña una línea nueva primero le saca una foto a alguna unidad y después detecta el color exacto que tiene que usar gracias a la computadora.
«El 620 y el 622 están debutando en esta plancha. Imprimí bastantes porque en zona Sur faltan muchas», cuenta. Los carteles son de vinilo autoadhesivo, un material que resiste la intemperie: la plancha de un metro cuadrado cuesta alrededor de 600 pesos y rinde de 40 a 50 carteles. «No pienso en la plata que gasto. Yo sé que todo vuelve», asegura el diseñador, quien también intervino algunos carteles de trenes, subtes y de paradas de taxis.
Probablemente tenga razón, porque gracias a su iniciativa ya viajó invitado a Brasil y al Mundial de Rusia, y comenzó a dar charlas TED en las que comparte sus experiencias. Además, recibió propuestas laborales, como la de una dueña de una hamburguesería de San Telmo a la que le gustó su trabajo y lo contrató para que le haga un rediseño de la imagen del local.
Vandalismo solidario
Lo que hace Diego es un ejemplo de «vandalismo solidario», una intervención en la vía pública que está prohibida -romper o modificar señales es un delito- pero ofrece una solución a un problema generalizado que reconocen los propios pasajeros.
«El estado de las paradas es regular. El Metrobus está bien pero las otras quedaron medio abandonadas», opina Fabian Lobos, un empleado administrativo de 25 años que suele tomar el 34. Y dice que aunque es un tema del que «se debería ocupar el Gobierno», el cartel intervenido en la parada de Godoy Cruz y Paraguay «es lindo, porque recupera el viejo fileteado de los colectivos».
Mariana, una nutricionista de 35 años que prefiere no dar su apellido, reconoce quePalfondo le resultó muy útil. En la esquina de Freire y Avenida de los Incas, en Belgrano, los carteles pegados en un poste de luz por Diego son el único indicio de que allí paran el 44, el 65 y el 80. «Está muy bueno. Nunca tomo el colectivo acá. Cuando llegué vi el cartel y por eso me detuve. El que viene de casualidad si no ve un cartel puede seguir cinco cuadras de largo», explica.
De sus recorridas en bicicleta por la ciudad, Diego tiene muchas anécdotas.
Como la de aquellas madre e hija que esperaban el colectivo a las que les gustó tanto su intervención que le pidieron acompañarlo hasta la parada siguiente para pegar junto a él otro calco. O la de la señora en Victoria que lo vio arreglar un cartel y, pensando que era empleado de la Municipalidad, le dijo con mala cara que «era hora», pero cuando el diseñador le explicó que se trataba de una iniciativa propia lo invitó encantada a tomar la merienda. Hasta la policía, una vez, lo dejó actuar sin represalias: «Tenés razón, flaco», le dijeron los uniformados cuando él reconoció que sí, estaba haciendo algo ilegal, pero que también solucionaba un problema a la gente.
«Los comentarios son siempre 100% positivos. Con algo tan tonto como pegar un sticker, toda la sociedad se sintió parte -opina Diego-. El chico y el grande, la mujer y el hombre, el pobre y el rico: todos toman colectivos, y a todos alguna vez le pasó que no encontraban una parada».
Un mundo de bondis
Resulta una paradoja que sea un ciclista el que arregla las paradas de colectivos, pero Diego recuerda que su pasión viene desde hace muchos años: «El bondi es lo más grande que hay y lo tomo desde los 12 años. No solo te lleva de un lugar a otro, sino que te llena de experiencias. ¿Quién no va mirando la gente, los grafitis que hay o las cosas que van pasando? Es una musa inspiradora de laburo».
También gracias a Palfondo pudo conocer el mundo de los choferes, lo que le sirvió para derribar ciertos prejuicios. «Debe haber buenos y malos, pero no son los ogros malditos que todos pensamos. Toda la planificación urbana va en contra de ellos: la mayoría de las paradas están aglomeradas en la esquina, entonces frenan como pueden y el auto que viene queriendo doblar tiene que esperar y es un peligro. Cuando lo vi desde su lado, entendí que pocos los ayudan».
Sus líneas preferidas son la 59 (Munro-Constitución), «donde comenzó todo» y de la que lleva un tatuaje en el brazo derecho; el 22 (Retiro-Quilmes), su número de la suerte; y el 44 (Belgrano-Pompeya), que veía pasar todos los días por la puerta de su casa de la infancia sobre la calle Sucre y cuyo cartel no diseñó de color verde sino celeste, como era entonces, en honor a esos recuerdos juveniles.
Consultado por sus planes futuros, Diego responde que no sabe porque, como al principio de esta historia, aún sigue haciendo las cosas por impulso. Pero asegura que todavía hay mucho Palfondo por delante: «Para mí ya es un estilo de vida y no lo voy a abandonar nunca. Literalmente, quedé pegado».
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