Por la falta de gomas, los colectivos andaban con ruedas de metal por las vías del tranvía.
Aunque las bombas de la Segunda Guerra Mundial nunca afectaron a Buenos Aires, las consecuencias de aquel horror, sucedido entre 1939 y 1945, también influyeron en la vida cotidiana de los porteños. Como los submarinos alemanes operaban en todo el Atlántico hundiendo barcos mercantes, hubo muchos productos importados que quedaron fuera de circulación y su escasez generó problemas. Uno de los ejemplos más contundentes fue la falta de gomas para los vehículos. Entonces, algunos echaron mano a la imaginación y la Ciudad vio cosas tan extrañas como a colectivos con ruedas metálicas, circulando por las vías de los tranvías.
El extraño servicio empezó en junio de 1944 con vehículos que habían sido modificados en unos talleres que había en Valentín Alsina. Por entonces, unos 30 colectivos ya tenían las ruedas de acero y se habían convertido en lo que se denominaban “microsvía” o “microsrriel”. El recorrido se hacía por la avenida Rivadavia, desde Primera Junta hasta Rivadavia y Lacarra, en Floresta. La intención era que la gente, para llegar al Centro, combinara en Caballito con el subte A. También, con esos servicios, se reforzaba al que prestaban los tranvías.
La idea de ponerle ruedas de tranvía a los colectivos había surgido de la gente que conducía la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires (CTCBA), un organismo creado por ley el 30 de septiembre de 1936. Aquel ente se encargaba de coordinar todos los servicios de transporte y comprendía a tranvías, subtes, ómnibus y colectivos. Era una suerte de monopolio que hasta contemplaba la expropiación de los vehículos. El sistema empezó a funcionar en febrero de 1939 y en 1942 hasta produjo duros conflictos con los colectiveros que se negaban a que les expropiaran sus micros, aunque les pagaran indemnización.
Igual, “la Corporación” (como la llamaba la gente) desarrolló su plan ante la falta de gomas y a pesar de que muchos ingeniosos ya habían aplicado aquello del “recauchutaje”, un negocio que ayudaba a paliar el faltante. Así, el tránsito de esos colectivos reformados se convirtió en algo habitual sobre la larga avenida Rivadavia. El recorrido también se veía favorecido porque los coches reformados circulaban prácticamente casi en línea recta. Obviamente, la velocidad era limitada porque el tema no pasaba tanto por acelerarlos sino por frenarlos. Cuando no operaban, la estación donde se los guardaba estaba en el cruce de Rivadavia y José Martí, donde ahora hay una gran estación del Automóvil Club.
El servicio de colectivos rodando sobre las vías tuvo corta duración. Entre los problemas que provocaba en el tránsito de los tranvías (como los vehículos eran demasiado livianos, muchas veces se salían de los rieles y generaban congestiones) y la poca comodidad para los pasajeros (cuentan que la suspensión dejaba mucho que desear y era una tortura para los usuarios) pronto se decidió pasarlo a retiro. De ellos, lo que más se recuerda es el batifondo que provocaban al pasar. “Hacían un ruido infernal”, memora Rubén Derlis quien, de niño, los vio circular. Así, en septiembre de 1946, quedaron en el recuerdo y fueron reemplazados por nuevos tranvías. Se calcula que, en esos dos años y pico en que funcionaron, los “microsvía” transportaron algo más de cuatro millones de pasajeros, una cifra relativamente baja para el movimiento que había entonces en la Ciudad.
Junto con la desaparición de aquellos colectivos sobre rieles, también ya declinaba la buena estrella de la Corporación. Y su suerte quedó sellada cuando el gobierno militar de corte nacionalista, que había tomado el poder en 1943, empezó a cuestionar aquel acuerdo que se había arreglado con empresas extranjeras en 1936. La CTCBA pasó a ser recuerdo el 1° de octubre de 1948, después de 12 años de gestión, y se produjeron nuevos cambios. Pero esa es otra historia.
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