El oficio del estrés: Choferes de colectivos cuentan historias de cómo sobrellevar la vida moderna al volante

Los días de febrero calientan tanto como el motor de un colectivo.  Los choferes de turno de las líneas interurbanas son, al decir de muchos, los que desarrollan el oficio más duro en estos tiempos de intolerancia y mucha distracción, que los lleva a afinar al máximo su atención e intuición por un tránsito cada vez más al filo de la navaja, pero que además tiene detrás suyo “un mundo de 20 asientos”, tal como se denominaba la película.

“Si supieras flaco lo que era esto cuando empecé…”, suspiró Carlos metiendo un cambio, aclarando que ese añorado tiempo no es remoto: “te hablo del ’90, era un placer estar acá arriba”.

Otro trabajador del volante, por la avenida Circunvalación, confesaba al periodista de Hoy que “haber sido jugador de las divisiones inferiores me sirvió mucho para esta profesión –y al llegar el semáforo, explicó el por qué. En un partido estás con las pulsaciones a mil y de pronto te pegan, te insultan, pero no podés reaccionar porque el árbitro te raja. En el fútbol no triunfé pero me preparé para este trabajo muy delicado”.

Pulsar los dígitos del destino de los pasajeros, “relojear” si se está atrasado o adelantado, informar al que paró y no sabe qué bondi hay que tomar, cuál otro le conviene; manejar la vista como un escaner por si la próxima avenida tendrá un corte; aguantarse el dolor de cintura, el insulto, el calor, y el show de motos, bicis, y autos que en época escolar le formarán una “barrera” de doble fila por donde no pasa ni Messi.

“Llega la hora en que no aguantás más”, descarga con bostezo uno que ingresó hace 23 años. Con el colapso de las calles en días de protestas, los entrañables (a veces olvidables) colectiveros suelen adaptarse a cada pasajero: niño o anciano, estudiante o futbolero, y hasta aprenden telepatía con el chico que sube con el walkman y apoya la tarjeta sin decirle dónde va.

Hay otro que maneja el “mostaza” (como le llama al Este), fiel lector de Hoy, amante de la poesía, al que el pueblo le dio el título de “psicólogo social”. Sí, se ha ganado a la gente con un gesto y hasta palabras que dan ánimo al perturbado pasajero. Hasta se bancan quejas por otros choferes:  “¿¡Me podés decir por qué cornos el que iba adelante tuyo no me paró!?”

“Trabajé en el campo y desde que entré acá no tengo más dudas: ¡los animales te hacen más caso!. Un día voy a levantarme y a los que putean los pienso invitar a que se sienten acá… a ver qué harían ellos”, resumió Ernesto.

El chofer del bondi local cambia “presiones colectivas” por un humor, incluso ante el inspector que advirtió: “tenés un piquete en Vialidad, agarrá por allá”, a lo que el del volante le devolvió un “¡si quiero agarro por allá!”.

Más de 8 horas, miles de personas a bordo, y una sociedad al borde del colapso…

Psicología del tránsito

La ciudad “Feliz” pasó recientemente por una experiencia de sostenimiento psíquico para las personas que, accidentadas o penadas por malas maniobras conductivas, eran enviadas a la Facultad de Psicología por el propio Juzgado Nacional de Faltas. Ana María Hermosilla, decana de la universidad marplatense, le dijo a Hoy que “fueron cursos de reflexión donde la gente podía expresar lo que vivió, pero fueron dados de baja hace dos años”. Pero también se dirigió a “lo que queda” en el ámbito universitario y que gracias al interés docente, continúa con el interés por el tránsito “un grupo de investigación que, combinado con la Municipalidad, trabaja en las personalidades de los conductores y las distintas infracciones”.

“Como en tantas otras actividades de atención al público, el chofer debería tener un descanso suficiente o un espacio recreativo en la empresa para ayudar a su psiquismo. Si a ello se le suma el problema del tránsito, su situación es extrema”, opinó la licenciada en psicología Marcela Losada ante la consulta periodística.

 

Fuente:

DiarioHoy

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