Es un medio inusual de transporte que ya no sorprende a las personas que constantemente emplean este servicio. Para aquellos que se suben por primera vez, el viaje es toda una aventura.
Escondida entre comerciantes y el barullo de La Cancha se erige la estación central de ferrocarriles Cochabamba, en cuyo interior aguarda a los pasajeros un peculiar medio de transporte, el cual ha sido denominado por sus características físicas como el buscarril, término empleado desde hace más de una década.
En un esfuerzo por definirlo, se tendrían que usar las palabras “transporte híbrido”, ya que fusiona dos elementos, las rieles de un tren y la carrocería de un micro.
Este inusual servicio de transporte está vigente desde el 2003, pero aun así la demanda de pasajeros sigue siendo escasa. Sin embargo, alguna gente todavía prefieren madrugar para asegurar su pasaje, ya que el buscarril solo tiene capacidad para 25 personas.
La boletería de la estación de tren entra en funcionamiento todos los martes, jueves y sábados, desde tempranas horas, porque a las ocho de la mañana ya debe partir en esta movilidad. Según el jefe de estación, José Aguilar, los días de mayor afluencia de pasajeros son los sábados, posiblemente porque se trata de una jornada de feria en muchos sectores y municipios del departamento de Cochabamba.
Hace poco, durante un tiempo, este medio de transporte salió de servicio, a consecuencia de fallas registradas en el proceso de mantenimiento, motivo por el cual la gente se vio afectada por cerca de cuatro semanas. Actualmente, el buscarril presta su servicio con completa normalidad.
“Cada mes hacemos un chequeo al motorizado para brindar mejores servicios al cliente. Cuando se detecta alguna falla, se suspenden los viajes y tenemos que esperar varias semanas e incluso meses, porque las piezas que se requieren para el mantenimiento del vehículo llegan del exterior», dijo el chofer del motorizado, Hugo Aguilar.
Aun así, el entusiasmo rebasa las barreras y las ansias por disfrutar de este paseo se acrecientan.
Marcela Canchari, una usuaria del servicio, cuenta que para ella es más factible movilizarse en el bus carril, ya que ahorra hasta un 70 por ciento del costo de movilidad.
La Empresa Ferroviaria Andina (FCA) brinda estos servicios interprovinciales al Cono Sur de Cochabamba, y tiene tarifas diferenciadas.
Los problemas económicos, la nacionalización de ENFE, la baja en la explotación agrícola y minera y los constantes derrumbes en los caminos fueron perjudicando la transitabilidad de los rieles. Estos fueron algunos de los factores que gradualmente ocasionaron la retirada de Cochabamba del transporte ferroviario de Cochabamba, que en 1999, durante el Gobierno de Carlos D. Mesa, realizó sus últimos servicios desde esta ciudad.
De acuerdo a la información brindada por el jefe de estación, este medio de transporte fue demandado por los pobladores del Valle Alto. Ante tanta presión, se logró que el transporte sobre rieles se reactive, aunque sea sobre un bus carril.
VIAJE
Son casi las 7:30 de la mañana de un jueves y, en la estación de trenes de Cochabamba, el personal de boletería empieza a vender los pasajes para el viaje. El vehículo es un autobús amarillo marca Odge, modelo 48, que fue modificado para convertirse en el buscarril. Su velocidad de trayecto no supera los 40 kilómetros por hora. “Manejar esto (refiriéndose al buscarril) es igual a manejar un micro, pero tiene su wacho (maña)”, comentó Hugo el chofer.
Aún faltan diez minutos para las ocho, hora de partida del buscarril, y solo se puede ver a una que otra persona portando bultos y sacos.
Fernando Paco, el asistente del chofer, comienza a gritar a voz en cuello, invitando a los pasajeros que vayan ingresando.
Uno a uno los usuarios comienzan a acercarse al buscarril para acomodar las cargas en la parrilla (una especie de canasta metálica cuadrada, donde los bultos son asegurados con cuerdas, de forma similar a lo que hacen los taxis o los minibuses de viajes interprovinciales).
A las 7:56 ya está todo listo, en esta oportunidad no pasan de siete las personas que se ubican cerca de las ventanas. El asistente acomoda su banquito (pequeño asiento de madera) justo en el lado derecho del chofer, atento a recibir sus órdenes.
El ruido que provoca el buscarril al partir es ensordecedor. Para cualquier persona que vive esta experiencia por primera vez, esta es atractiva, única, para contar una y mil historias. Pero, para estos pasajeros ya es habitual y no parecen admirados, simplemente permanecen en silencio.
Minutos después, a pocos metros de la avenida 6 de Agosto (una vía principal de la zona sud, que divide el Casco Viejo de los límites del Cercado), Fernando se baja para exigir el paso para el buscarril. En este lugar se observa que las vías férreas casi están ahogadas por el asfalto; decenas de motorizados se detienen.
Curiosamente, algunos conductores y transeúntes que estaban en la calzada comienzan a grabar con sus celulares los pocos segundos que la movilidad, similar a un tren, recorría la zona.
“Esta gente… Como si nunca hubieran visto un tren”, comenta Diolindo Zenteno, un pasajero que se dirige a Tin Tin, un municipio cerca de Aiquile.
Pasando algunos metros del kilómetro tres de la avenida Petrolera, el bus carril se detiene. Cualquiera creería que algún obstáculo en el camino fue la causa, pero grande es el asombro cuando cuatro de los siete pasajeros empiezan a descender junto al chofer, para sentarse en un puesto de comida que estaba ubicado a dos metros de las rieles.
-Don Hugo, te doy lo mismo, ¿no?
-Sí, sí, pero esta vez ponle más llajuita, afirma el conductor, mientras limpia su cuchara con una servilleta.
Así dialogan la comidera, doña Charo y el chofer.
La señora de 40 años aproximadamente vestía pollera violeta, un mandil rosa y una pañueleta que cubría su cabello.
Don Hugo disfruta su k’awi (plato mañanero que está en el menú) acompañado de sus pasajeros y otros comensales.
“Y si se acaba el combustible, ¿tienes de reserva?”, pregunta un señor que come a un costado de la mesa.
La situación es aprovechada por Charo para arrancar algunas carcajadas a sus clientes. “Si se acaba, aquí tenemos chicha. Con eso va a caminar bien”. Todos ríen.
Pasan como 15 minutos y nuevamente ingresan al buscarril. El silencio abunda en el ambiente. Unos duermen, otros miraban el paisaje por las ventanas mientras el bus carril esa seguido por una jauría.
“Lo que hemos comido nos tiene que aguantar hasta Aiquile”, comenta Hugo. Es que durante todo el recorrido no existe otro puesto de comida en el camino.
El parabrisas presenta una gran abolladura en la parte superior izquierda, don Hugo cuenta que aproximadamente hace dos años, en las épocas de lluvia, en el trayecto de los bosques, antes de la llegar a Tarata, se cayó un árbol.
“El autito es duro, más bien solo eso le ha hecho. No tenemos presupuesto para cambiar de parabrisas”.
A pesar de estar sentado sobre un micro, la sensación es completamente diferente. Se siente el traqueteo del cuerpo y el paisaje que se observa es muy singular.
Al salir de la ciudad, las vías férreas comienzan a ser rodeadas por eucaliptos, sembradíos, parcelas de tierra y en general hermosos paisajes que no se acostumbra ver cuando se viaja por carretera. De trecho en trecho, los frenos hacían chirrear los rieles del tren. El conductor se detiene durante el camino. “Cuando el bus no esta lleno de pasajeros hay que recoger a otros en el camino”.
Tras ocho horas de viaje, el buscarril llega a Aiquile, que es el último destino. Allí se quedan a pernoctar el conductor junto con su ayudante, para que, al día siguiente, hagan el mismo recorrido, pero esta vez de vuelta a la ciudad.
Hace ya varios meses se anunció la construcción del tren metropolitano y el proyecto Bioceánico, con viajes a Oruro y La Paz. El proyecto contaría con ayuda de los gobiernos de Perú y Bolivia. Probablemente se ejecute, sin embrago, nada se compara a la experiencia de viajar en el único buscarril de Bolivia, experiencia más próxima al tren de antaño.
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